El disco intervertebral consiste en un núcleo blando y gelatinoso, rodeado por un anillo de fibras colágenas. La función principal del disco intervertebral es actuar como un amortiguador, distribuyendo las fuerzas que actúan sobre la columna vertebral y garantizando la movilidad entre las vértebras.

En el caso de una hernia discal, el núcleo gelatinoso protruye a través del anillo de fibras. Si el núcleo gelatinoso presiona sobre un nervio o la médula espinal, pueden aparecer dolores, adormecimientos y síntomas de parálisis en las extremidades. A menudo, antes de la hernia discal, se produce la protrusión del disco. En este caso, el anillo sigue intacto, pero el núcleo gelatinoso ya se proyecta en el canal vertebral. También en este caso, la protrusión puede ejercer presión sobre un nervio o la médula espinal.

En aproximadamente el 90% de los casos, son los discos de la región lumbar los que se ven afectados. El 10% restante ocurre en la región cervical. En casos muy raros, los discos de la columna torácica también pueden verse afectados.

Los factores de riesgo para una hernia discal incluyen, entre otros, el sobrepeso, errores posturales, un estilo de vida sedentario y la falta de ejercicio. La inactividad causa, debido a una mala circulación sanguínea, una escasez de nutrientes en los discos intervertebrales, lo que los hace quebradizos. Discos intervertebrales quebradizos aumentan significativamente el riesgo de sufrir una hernia discal.